Por fin llegó el día, después de 8 años de noviazgo y semanas de nervios desde el anuncio de su boda, William y Kate se casaron esta mañana en la Abadía de Westminster, en Londres. He de reconocer que soy una absoluta fanática de las casas reales y, especialmente, de las bodas, ya que allí se concentra todo el lujo y las caras más representativas de cada país, además de que, seamos sinceras, nos encanta ver con qué modelito aparece cada una.
El vestido de novia de Kate Middleton, ahora duquesa de Cambridge, me encantó. Sencillo, elegante, clásico a la vez que moderno y nada ostentoso. Como en todas las bodas, el vestido de la novia es el secreto mejor guardado y, en este caso, la novia del príncipe William se hizo hasta tres trajes diferentes para que en ningún momento se supiera cuál sería su diseño. El elegido costó alrededor de medio millón de euros. Sarah Burton, nueva diseñadora de Alexander McQueen, fue la encargada de diseñar un vestido que sin duda será imitado por millones de mujeres en todo el mundo.
El vestido era con la parte superior de encaje (incluyendo la manga, que era larga), escote de corazón y una cola de casi dos metros y medio, muy lejos de los 8 metros que su fallecida suegra, Lady Di, llevara el día de su boda. Con un peinado muy sencillo y la melena suelta con unos cuantos mechones recogidos y que la hacían parecer tal y como ella es, una chica joven y moderna que, como tantas otras, no quiso hacerse un recogido que no va con ella para este día tan importante.
Sujetando el velo llevaba una preciosa tiara que fabricó Cartier en 1936 y que Jorge VI regaló a la reina madre, bisabuela del novio. Se rumoreaba que podría haber llevado la misma que Diana, pero finalmente no fue así.